15 de octubre de 2015

Discurso de Putin en la ONU, 2015

Discurso pronunciado por el presidente ruso, Vladímir Putin, en la sesión plenaria de la 70ª Asamblea General de la ONU Nueva York, 28 de septiembre de 2015
Señor presidente,
Señor secretario general,
Señoras y señores jefes de Estado y de Gobierno,
Señoras y señores:
El 70º aniversario de la Organización de las Naciones Unidas es una oportunidad de evocar el pasado, pero también de reflexionar sobre nuestro futuro común. En 1945, los Estados que vencieron el nazismo aunaron esfuerzos para sentar las bases sólidas del orden mundial después de la guerra.
Me permito recordar que las decisiones clave sobre los principios que han de regir las relaciones entre Estados y las decisiones sobre la creación de la ONU las tomaron en nuestro país los líderes de los países aliados, en la Conferencia de Yalta. El sistema de Yalta sí que nació de enormes sufrimientos y encarna el precio que pagaron decenas de millones de personas que perdieron la vida durante las dos guerras mundiales que devastaron el planeta en el siglo XX. Seamos objetivos: este sistema ha ayudado a la humanidad a atravesar acontecimientos turbulentos y a veces dramáticos en las últimas siete décadas y ha preservado el mundo de problemas aún mayores.
La Organización de las Naciones Unidas no tiene igual en cuanto a su legitimidad, representatividad y universalidad. Últimamente la ONU con frecuencia es objeto de críticas, porque supuestamente no es eficaz y porque en el proceso de la toma de decisiones surgen contradicciones insuperables, sobre todo, entre los miembros del Consejo de Seguridad.
Mientras, quisiera recalcar que las discrepancias han persistido siempre en la ONU, a lo largo de todos los 70 años de la existencia de esta organización. Igual que siempre se ha aplicado el derecho a veto, al cual ha recurrido EEUU, Gran Bretaña, Francia, China, la Unión Soviética y posteriormente Rusia. Es natural para una organización tan multifacética y representativa. Cuando se crearon las Naciones Unidas sus padres no pensaron que habría siempre unanimidad. La misión de la organización es buscar y elaborar fórmulas de compromiso y su fortaleza viene de escuchar opiniones diferentes y tomarlas todas en cuenta.
Las decisiones debatidas dentro de la ONU pueden llegar a ser resoluciones o no, como dicen los diplomáticos, se aprueban o no se aprueban. Las medidas que tome un Estado dejando de lado este procedimiento son ilegítimas y contradicen la Carta de la ONU y el Derecho Internacional.
Todos sabemos que después del final de la Guerra Fría un único centro de dominio surgió en el mundo. Y los que se encontraron en la parte superior de esta pirámide cayeron en la tentación de pensar que si son tan fuertes y excepcionales, entonces sabían mejor que los demás qué se debía hacer. Es decir, no tenían que acudir a la ONU, que con frecuencia en vez de autorizar o legitimar una decisión necesaria ponía obstáculos, o como se dice, realmente se ponía en medio del camino. Ahora se dice que en su forma original la organización ya está obsoleta y que ya ha culminado su misión histórica.
Naturalmente, el mundo está cambiando y la ONU debe ser coherente con esta transformación natural. Rusia está dispuesta a trabajar junto con sus socios sobre la base del consenso para seguir desarrollando a la ONU, pero consideramos sumamente peligrosos los intentos de socavar el prestigio y la legitimidad de las Naciones Unidas. Esto puede conllevar al colapso de toda la arquitectura de relaciones internacionales. En este caso efectivamente no quedarían ya otras normas que las de la fuerza.
Tendríamos un mundo dominado por el egoísmo en lugar de trabajo colectivo, un mundo donde habría cada vez más dictado que igualdad, habría menos democracia y libertad genuinas, un mundo donde los Estados realmente independientes quedarían reemplazados con un número creciente de protectorados, territorios controlados desde el exterior. ¿Qué es la soberanía de Estado de la que ya han hablado aquí? Básicamente se trata de la libertad, del derecho a escoger libremente el futuro por parte de cada persona, nación y Estado.
Y lo mismo, colegas, se puede decir sobre la cuestión de la llamada legitimidad de la autoridad de Estado. No hay que jugar con las palabras, no hay que manipularlas. Cada término en el Derecho Internacional y en los asuntos internacionales debe ser claro, transparente y con criterios que se entiendan de manera uniforme. Todos somos diferentes y debemos respetarlo. Nadie tiene que conformarse con un único modelo de desarrollo que alguien ha reconocido como el único correcto de una vez y para siempre.
Todos debemos recordar lo que nos ha enseñado el pasado. Recordamos, por ejemplo, algunos episodios de la historia de la Unión Soviética. La exportación de experimentos sociales, los intentos de empujar a otros países a favor de los cambios sobre la base de las propias preferencias ideológicas con frecuencia llevaron a consecuencias trágicas y a la degradación en lugar del progreso. Sin embargo, parece que nadie aprende de los errores de otros, sino que todo el mundo sigue repitiéndolos. Y ahora la exportación de revoluciones, esta vez denominadas democráticas, continúa.
Basta con ver la situación en Oriente Próximo y el Norte de África, mencionada por el orador anterior. Está claro que los problemas políticos y sociales en esta región han estado creciendo desde hace mucho y naturalmente la gente de allí quería cambios. Pero ¿qué ha pasado en realidad? En vez de realizar reformas, una agresiva injerencia externa llevó a una destrucción flagrante de las instituciones nacionales y del estilo de vida. En lugar del triunfo de la democracia y del progreso, lo que tenemos es violencia, pobreza y desastre social, y a nadie le importan los derechos humanos, incluido el derecho a la vida.
Quisiera preguntar a los que causaron esta situación: “¿Se dan cuenta ustedes de lo que han hecho?” Pero temo que nadie vaya a responder. Efectivamente porque las políticas basadas en la seguridad en sus propias fuerzas, en la convicción de su carácter excepcional y de impunidad nunca se han abandonado.
Ahora es evidente que el vacío del poder creado en varios países de Oriente Próximo y el Norte de África ha llevado al surgimiento de zonas de anarquía que empezaron a llenarse de inmediato con extremistas y terroristas. Decenas de miles de mercenarios están luchando bajo la bandera del llamado Estado Islámico. En sus filas están los anteriores militares iraquíes, a los que  echaron a la calle tras la invasión en Irak en 2003. Muchos reclutados vienen también de Libia, un país cuyo régimen institucional fue destruido en resultado de una burda violación de la Resolución 1973 del Consejo de Seguridad de la ONU. Y ahora las filas de los radicales los completan también los miembros de la llamada oposición siria moderada que goza de apoyo de Occidente.
Primeramente les arman, adiestran y luego ellos desertan y pasan al lado del llamado Estado Islámico. El propio Estado Islámico no salió de la nada, se le forjó como una herramienta contra regímenes laicos indeseables. Al haberse establecido en Siria e Irak, el Estado Islámico empezó a expandirse activamente a otras regiones, buscando el dominio en el mundo islámico, y planea ir más allá. La situación es más que peligrosa.
En esta coyuntura es hipócrita e irresponsable hacer sonadas declaraciones sobre la amenaza del terrorismo internacional, ignorando los canales de financiación y apoyo de terroristas, entre otras cosas, a cuenta del narcotráfico, la venta ilegal de petróleo y armas; o emprender intentos de manipular a los grupos extremistas y ponerlos al servicio propio con el fin de lograr sus propios objetivos políticos, esperando resolver el problema con ellos después, es decir, aniquilarlos.


A los que así actúan quisiera decirles: estimados señores, sin duda alguna están tratando con personas muy crueles, pero no son tontos ni primitivos en absoluto, son tan listos como ustedes, y no se sabe quién manipula a quién. Los datos recientes sobre la transferencia de armas a los terroristas por parte de esta oposición moderada es la mejor prueba de ello.
Creemos que cualesquiera intentos de coquetear con los terroristas o armarlos no simplemente son poco perspicaces, sino peligrosísimos. En resultado, la amenaza terrorista global puede aumentar críticamente y expandirse a nuevas regiones del planeta, ya que en los campos del Estado Islámico se entrenan los militantes de muchos países, incluidos los europeos.
Desgraciadamente, debo decirles, estimados colegas, que Rusia no es una excepción. No podemos permitir que estos criminales que ya han sentido el olor de la sangre regresen a sus países de origen y continúen con sus malignas acciones. No lo queremos. Nadie quiere que ocurra esto, ¿verdad? Rusia siempre ha luchado de modo firme y coherente contra el terrorismo en todas sus formas.
Hoy prestamos asistencia militar a Irak, Siria y otros países de la región, que luchan contra grupos terroristas. Consideramos que es un enorme error negarse a cooperar con las autoridades sirias, las fuerzas gubernamentales, los que combaten valientemente el terrorismo cara a cara. Debemos reconocer que, salvo las tropas del presidente sirio, Bashar Asad, y las milicias kurdas en Siria, nadie más lucha realmente contra el Estado Islámico y otras organizaciones terroristas. Sabemos todos los problemas de la región, todas las contradicciones, pero tenemos que partir de la realidad.
Estimados colegas, tengo que señalar que la actitud honesta y directa de Rusia se ha utilizado últimamente como pretexto para acusarla de ambiciones crecientes, como si quienes lo dicen no tuvieran ambición alguna. Sin embargo, no se trata de las ambiciones de Rusia, estimados colegas, sino del reconocimiento de un hecho: que ya no podemos tolerar el actual estado de cosas en el mundo.
En realidad, proponemos dejar de lado las ambiciones y guiarnos por los valores e intereses comunes en el marco del derecho internacional, unir los esfuerzos para resolver nuevos problemas que afrontamos y crear una amplia coalición internacional antiterrorista. Igual que los países aliados durante la Segunda Guerra Mundial, podrían aunar entre sus filas a las más diversas fuerzas dispuestas a contrarrestar a los que, como los nazis, siembran el mal y la barbarie.
Y, desde luego, los participantes clave en esta coalición deberán ser los países musulmanes. Porque el Estado Islámico no sólo les amenaza directamente, sino que con sus crímenes sangrientos profana una gran religión mundial, el islam. Los ideólogos de los combatientes del EI se burlan del islam tergiversando sus auténticos valores humanísticos.
Me gustaría dirigirme a los líderes espirituales musulmanes: ahora es muy necesaria su autoridad y su palabra de preceptor. Hace falta proteger de pasos irreflexivos a los que los yihadistas intentan alistar, y a los que fueron engañados y a raíz de diferentes circunstancias se vieron en las filas terroristas, hay que ayudarles a encontrar un camino hacia la vida normal, a entregar las armas, a poner fin a una guerra fratricida.
 En los próximos días Rusia, como presidenta del Consejo de Seguridad, convocará una reunión ministerial para llevar a cabo un análisis completo de las amenazas en Oriente Próximo. Antes que nada proponemos discutir la posibilidad de aprobar la resolución sobre la coordinación de las acciones de todas las fuerzas que están haciendo frente al Estado Islámico y otras organizaciones terroristas. Repito, tal coordinación debe basarse en los principios previstos en la Carta de la ONU.
Confiamos en que la comunidad internacional consiga elaborar una estrategia global para la estabilización política y la recuperación social y económica de Oriente Próximo. Entonces, estimados amigos, no habrá que construir campamentos de refugiados. El flujo de personas obligadas a abandonar su tierra natal prácticamente inundó primero los países vecinos, y luego Europa. Ya son centenares de miles y podrán ser millones. Es, de hecho, una nueva gran migración, penosa, de los pueblos y una amarga lección para todos nosotros, también para Europa.
Me gustaría subrayar: los refugiados, sin duda, necesitan compasión y apoyo. Pero la única vía para solucionar esencialmente este problema es restituyendo el poder estatal donde fue destruido, reforzando las instituciones del Estado donde aún persisten o se están restableciendo, brindando la amplia ayuda (militar, económica, financiera) a países que se vieron en la situación difícil y, por supuesto, a las personas que, a pesar de todas las calamidades, no abandonan sus hogares.
Está claro que la ayuda a los Estados soberanos no podrá ni deberá ser impuesta sino ofrecida estrictamente de acuerdo con la Carta de la ONU. Todo lo que se está haciendo y se seguirá haciendo en este ámbito de conformidad con las normas del derecho internacional tendrá que recibir apoyo por parte de nuestra organización, mientras que todo lo que contradiga a la Carta de la ONU deberá ser rechazado.
En primer lugar, considero sumamente importante ayudar a restablecer las instituciones estatales en Libia, apoyar al nuevo gobierno de Irak, brindar amplia ayuda al gobierno legítimo de Siria.
Estimados colegas, el principal objetivo de la comunidad internacional encabezada por la ONU sigue siendo salvaguardar la paz y la estabilidad regional y global. Creemos que debe tratarse de la creación de un espacio de seguridad igual e indivisible para todos, no para los selectos. Sí, es una ardua y larga labor, pero no hay alternativa.
Sin embargo, el pensamiento de bloques de los tiempos de la Guerra Fría y el deseo de hacerse con nuevos espacios geopolíticos sigue predominando, desgraciadamente, entre algunos de nuestros colegas. En particular, continúa la expansión de la OTAN. Surge la pregunta: ¿para qué, si el Pacto de Varsovia dejó de existir y la Unión Soviética se desintegró? La OTAN, en cambio, no sólo persiste, sino que se expande, al igual que sus infraestructuras militares.
¿Para qué ofrecieron a los países de la antigua URSS una alternativa falsa, elegir entre Occidente y Oriente? Tarde o temprano esta lógica de confrontación tenía que provocar una seria crisis geopolítica. Esto fue lo que sucedió en Ucrania, donde el descontento de la gran parte de población con el gobierno existente fue usado para provocar un golpe de Estado armado. A raíz de ello estalló la guerra civil.
Estamos convencidos de que poner fin al derramamiento de sangre y encontrar la salida del círculo vicioso sólo se puede lograr cumpliendo estrictamente y de buena voluntad los Acuerdos de Minsk del 12 de febrero del corriente. No se podrá garantizar la integridad de Ucrania con las amenazas y el uso de la fuerza. Entretanto, urge hacerlo. Hacerlo asegurando la protección de los intereses y los derechos de la población de Donbás, el respeto a su elección y el acuerdo con respecto a los principales elementos de la estructura política del Estado, tal y como está previsto en los Acuerdos de Minsk. Esta es la garantía de que Ucrania se desenvuelva como un Estado civilizado, como un eslabón clave en la construcción de un espacio común de seguridad y cooperación económica en Europa y en Eurasia.
Señoras y señores, no por casualidad acabo de mencionar el espacio común de cooperación económica. Hace muy poco parecía que en la economía regida por las objetivas leyes de mercado aprenderíamos a prescindir de las líneas divisorias, actuando sobre una base de reglas transparentes y elaboradas en consenso, entre ellas los principios de la OMC, que prevén la libertad de comercio, de inversiones, la competencia abierta. Pero hoy se ha generalizado la aplicación de las sanciones unilaterales en contra de la Carta de la ONU. No sólo persiguen fines políticos, sino que también sirven para eliminar competencia en el mercado.
Me gustaría señalar otro síntoma del creciente egoísmo económico. Algunos países optan por crear asociaciones económicas exclusivas, incluso las negociaciones sobre la creación de las mismas se llevan a cabo sin que lo conozca bien el propio pueblo, los círculos empresariales, la opinión pública y de otros países. Los Estados cuyos intereses pueden verse afectados tampoco son informados. Probablemente nos quieren poner ante el hecho de que las reglas de juego han vuelto a cambiar a favor de un estrecho círculo de los selectos, y sin la participación de la OMC. Esto amenaza con desequilibrar el sistema comercial, con fraccionar el espacio económico global.
Los problemas mencionados afectan los intereses de todos los Estados, influyen en el futuro de toda la economía mundial, por lo tanto proponemos discutirlos en la ONU, la OMC y el Grupo de los Veinte. Frente a la política de exclusividad Rusia propone una armonización de los proyectos económicos regionales, la denominada integración de las integraciones basada en los principios transparentes del comercio internacional. Pondré como ejemplo nuestros planes de compaginar la Unión Económica Euroasiática con la iniciativa china de crear el Cinturón Económico de la Ruta de la Seda. Y vemos vastos horizontes en la armonización de los procesos integracionistas de la Unión Económica Euroasiática y la Unión Europea.
Señoras y señores, entre los problemas que afectan al futuro de toda la humanidad está el reto del cambio climático global. Estamos interesados en que la Conferencia de la ONU sobre el Cambio Climático, que se celebrará en diciembre en París, sea fructífera. Dentro de nuestra aportación nacional planeamos reducir la emisión de gases con efecto invernadero hasta entre 70% y 75% del nivel de 1990.
Pero propongo enfocar el problema desde una perspectiva más amplia. Sí, estableciendo cuotas de emisiones contaminantes y aplicando otras medidas de carácter táctico tal vez reduzcamos la gravedad del problema para cierto tiempo, pero, sin duda, no lo resolveremos en esencia. Necesitamos enfoques de otra naturaleza. Debería tratarse de la implementación de nuevas tecnologías sostenibles que no causen daño al medio ambiente sino que coexistan con él en armonía y que permitan recuperar el equilibrio, roto por el hombre, entre la biosfera y tecnosfera. Esto es realmente un reto a escala planetaria. Estoy convencido de que la humanidad tiene el potencial intelectual para responder al mismo.
Tenemos que aunar esfuerzos, sobre todo, los Estados que contamos con una desarrollada base de investigación y tradición de ciencias fundamentales. Proponemos convocar, bajo la égida de la ONU, un foro especial para analizar el conjunto de problemas relacionados con el agotamiento de los recursos naturales, la destrucción del hábitat y el cambio climático. Rusia está dispuesta a ser uno de los organizadores de este foro.
Estimadas señoras y señores, colegas, el 10 de enero de 1946, en Londres, arrancaba el primer período de sesiones de la Asamblea General de la ONU. Al inaugurarlo, el presidente de la Comisión Preparatoria, el diplomático colombiano Zuleta Angel, formuló muy bien, en mi opinión, los principios en los que se tiene que basar la ONU. Es la buena voluntad, el desprecio a las intrigas y artimañas, el espíritu de cooperación.
Hoy estas palabras suenan como un mensaje para todos nosotros. Rusia tiene fe en el gran potencial de la ONU, que deberá ayudar a evitar una nueva confrontación global y pasar a la estrategia de cooperación. Junto a otros países, trabajaremos para fortalecer el papel central y coordinador de la ONU.
Estoy convencido de que, actuando juntos, haremos un mundo estable  y seguro, garantizaremos las posibilidades de desarrollo para todos los Estados y naciones.
Les agradezco su atención.

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