Discurso pronunciado por el presidente ruso, Vladímir Putin, en la
sesión plenaria de la 70ª Asamblea General de la ONU Nueva York, 28 de
septiembre de 2015
Señor presidente,
Señor secretario general,
Señoras y señores jefes de Estado y de Gobierno,
Señoras y señores:
El 70º aniversario de la Organización de las
Naciones Unidas es una oportunidad de evocar el pasado, pero también de
reflexionar sobre nuestro futuro común. En 1945, los Estados que vencieron el
nazismo aunaron esfuerzos para sentar las bases sólidas del orden mundial
después de la guerra.
Me permito recordar que las decisiones clave
sobre los principios que han de regir las relaciones entre Estados y las
decisiones sobre la creación de la ONU las tomaron en nuestro país los líderes
de los países aliados, en la Conferencia de Yalta. El sistema de Yalta sí que
nació de enormes sufrimientos y encarna el precio que pagaron decenas de
millones de personas que perdieron la vida durante las dos guerras mundiales
que devastaron el planeta en el siglo XX. Seamos objetivos: este sistema ha
ayudado a la humanidad a atravesar acontecimientos turbulentos y a veces
dramáticos en las últimas siete décadas y ha preservado el mundo de problemas
aún mayores.
La Organización de las Naciones Unidas no tiene
igual en cuanto a su legitimidad, representatividad y universalidad.
Últimamente la ONU con frecuencia es objeto de críticas, porque supuestamente
no es eficaz y porque en el proceso de la toma de decisiones surgen
contradicciones insuperables, sobre todo, entre los miembros del Consejo de
Seguridad.
Mientras, quisiera recalcar que las
discrepancias han persistido siempre en la ONU, a lo largo de todos los 70 años
de la existencia de esta organización. Igual que siempre se ha aplicado el derecho
a veto, al cual ha recurrido EEUU, Gran Bretaña, Francia, China, la Unión
Soviética y posteriormente Rusia. Es natural para una organización tan
multifacética y representativa. Cuando se crearon las Naciones Unidas sus
padres no pensaron que habría siempre unanimidad. La misión de la organización
es buscar y elaborar fórmulas de compromiso y su fortaleza viene de escuchar
opiniones diferentes y tomarlas todas en cuenta.
Las decisiones debatidas dentro de la ONU pueden
llegar a ser resoluciones o no, como dicen los diplomáticos, se aprueban o no
se aprueban. Las medidas que tome un Estado dejando de lado este procedimiento
son ilegítimas y contradicen la Carta de la ONU y el Derecho Internacional.
Todos
sabemos que después del final de la Guerra Fría un único centro de dominio
surgió en el mundo. Y los que se encontraron en la parte superior de esta
pirámide cayeron en la tentación de pensar que si son tan fuertes y
excepcionales, entonces sabían mejor que los demás qué se debía hacer. Es
decir, no tenían que acudir a la ONU, que con frecuencia en vez de autorizar o
legitimar una decisión necesaria ponía obstáculos, o como se dice, realmente se
ponía en medio del camino. Ahora se dice que en su forma original la
organización ya está obsoleta y que ya ha culminado su misión histórica.
Naturalmente, el mundo está cambiando y la ONU
debe ser coherente con esta transformación natural. Rusia está dispuesta a trabajar junto con sus
socios sobre la base del consenso para seguir desarrollando a la ONU, pero
consideramos sumamente peligrosos los intentos de socavar el prestigio y la
legitimidad de las Naciones Unidas. Esto puede conllevar al colapso de toda la
arquitectura de relaciones internacionales. En este caso efectivamente no
quedarían ya otras normas que las de la fuerza.
Tendríamos un mundo dominado por el egoísmo en
lugar de trabajo colectivo, un mundo donde habría cada vez más dictado que
igualdad, habría menos democracia y libertad genuinas, un mundo donde los
Estados realmente independientes quedarían reemplazados con un número creciente
de protectorados, territorios controlados desde el exterior. ¿Qué es la
soberanía de Estado de la que ya han hablado aquí? Básicamente se trata de la
libertad, del derecho a escoger libremente el futuro por parte de cada persona,
nación y Estado.
Y lo
mismo, colegas, se puede decir sobre la cuestión de la llamada legitimidad de
la autoridad de Estado. No hay que jugar con las palabras, no hay que
manipularlas. Cada término en el Derecho Internacional y en los asuntos internacionales
debe ser claro, transparente y con criterios que se entiendan de manera
uniforme. Todos somos diferentes y debemos respetarlo. Nadie tiene que conformarse con un único modelo de
desarrollo que alguien ha reconocido como el único correcto de una vez y para
siempre.
Todos debemos recordar lo que nos ha enseñado el
pasado. Recordamos, por ejemplo, algunos episodios de la historia de la Unión
Soviética. La exportación de experimentos sociales, los intentos de empujar a
otros países a favor de los cambios sobre la base de las propias preferencias
ideológicas con frecuencia llevaron a consecuencias trágicas y a la degradación
en lugar del progreso. Sin embargo, parece que nadie aprende de los errores de
otros, sino que todo el mundo sigue repitiéndolos. Y ahora la exportación de
revoluciones, esta vez denominadas democráticas, continúa.
Basta con ver la situación en Oriente Próximo y
el Norte de África, mencionada por el orador anterior. Está claro que los
problemas políticos y sociales en esta región han estado creciendo desde hace
mucho y naturalmente la gente de allí quería cambios. Pero ¿qué ha pasado en
realidad? En vez de
realizar reformas, una agresiva injerencia externa llevó a una destrucción
flagrante de las instituciones nacionales y del estilo de vida. En lugar del
triunfo de la democracia y del progreso, lo que tenemos es violencia, pobreza y
desastre social, y a nadie le importan los derechos humanos, incluido el
derecho a la vida.
Quisiera preguntar a los que causaron esta
situación: “¿Se dan cuenta ustedes de lo que han hecho?” Pero temo que nadie
vaya a responder. Efectivamente porque las políticas basadas en la seguridad en
sus propias fuerzas, en la convicción de su carácter excepcional y de impunidad
nunca se han abandonado.
Ahora es
evidente que el vacío del poder creado en varios países de Oriente Próximo y el
Norte de África ha llevado al surgimiento de zonas de anarquía que empezaron a
llenarse de inmediato con extremistas y terroristas. Decenas de miles de
mercenarios están luchando bajo la bandera del llamado Estado Islámico. En sus filas están los anteriores
militares iraquíes, a los que echaron a la calle tras la invasión en Irak
en 2003. Muchos reclutados vienen también de Libia, un país cuyo régimen
institucional fue destruido en resultado de una burda violación de la
Resolución 1973 del Consejo de Seguridad de la ONU. Y ahora las filas de los
radicales los completan también los miembros de la llamada oposición siria
moderada que goza de apoyo de Occidente.
Primeramente les arman, adiestran y luego ellos
desertan y pasan al lado del llamado Estado Islámico. El propio Estado Islámico no salió de la nada, se le
forjó como una herramienta contra regímenes laicos indeseables. Al haberse
establecido en Siria e Irak, el Estado Islámico empezó a expandirse activamente
a otras regiones, buscando el dominio en el mundo islámico, y planea ir más
allá. La situación es más que peligrosa.
En esta
coyuntura es hipócrita e irresponsable hacer sonadas declaraciones sobre la amenaza
del terrorismo internacional, ignorando los canales de financiación y apoyo de
terroristas, entre otras cosas, a cuenta del narcotráfico, la venta ilegal de
petróleo y armas; o emprender intentos de manipular a los grupos extremistas y
ponerlos al servicio propio con el fin de lograr sus propios objetivos
políticos, esperando resolver el problema con ellos después, es decir,
aniquilarlos.
A los que así actúan quisiera decirles:
estimados señores, sin duda alguna están tratando con personas muy crueles,
pero no son tontos ni primitivos en absoluto, son tan listos como ustedes, y no
se sabe quién manipula a quién. Los datos recientes sobre la transferencia de
armas a los terroristas por parte de esta oposición moderada es la mejor prueba
de ello.
Creemos que cualesquiera intentos de coquetear
con los terroristas o armarlos no simplemente son poco perspicaces, sino
peligrosísimos. En resultado, la amenaza terrorista global puede aumentar
críticamente y expandirse a nuevas regiones del planeta, ya que en los campos
del Estado Islámico se entrenan los militantes de muchos países, incluidos los
europeos.
Desgraciadamente, debo decirles, estimados
colegas, que Rusia no es una excepción. No podemos permitir que estos
criminales que ya han sentido el olor de la sangre regresen a sus países de
origen y continúen con sus malignas acciones. No lo queremos. Nadie quiere que
ocurra esto, ¿verdad? Rusia siempre ha luchado de modo firme y coherente contra
el terrorismo en todas sus formas.
Hoy prestamos asistencia militar a Irak, Siria y
otros países de la región, que luchan contra grupos terroristas. Consideramos
que es un enorme error negarse a cooperar con las autoridades sirias, las
fuerzas gubernamentales, los que combaten valientemente el terrorismo cara a
cara. Debemos reconocer que, salvo las tropas del presidente sirio, Bashar
Asad, y las milicias kurdas en Siria, nadie más lucha realmente contra el
Estado Islámico y otras organizaciones terroristas. Sabemos todos los problemas
de la región, todas las contradicciones, pero tenemos que partir de la
realidad.
Estimados colegas, tengo que señalar que la
actitud honesta y directa de Rusia se ha utilizado últimamente como pretexto
para acusarla de ambiciones crecientes, como si quienes lo dicen no tuvieran ambición
alguna. Sin embargo, no se trata de las ambiciones de Rusia, estimados colegas,
sino del reconocimiento de un hecho: que ya no podemos tolerar el actual estado
de cosas en el mundo.
En realidad, proponemos dejar de lado las
ambiciones y guiarnos por los valores e intereses comunes en el marco del
derecho internacional, unir los esfuerzos para resolver nuevos problemas que
afrontamos y crear una amplia coalición internacional antiterrorista. Igual que
los países aliados durante la Segunda Guerra Mundial, podrían aunar entre sus
filas a las más diversas fuerzas dispuestas a contrarrestar a los que, como los
nazis, siembran el mal y la barbarie.
Y, desde luego, los participantes clave en esta
coalición deberán ser los países musulmanes. Porque el Estado Islámico no sólo
les amenaza directamente, sino que con sus crímenes sangrientos profana una
gran religión mundial, el islam. Los ideólogos de los combatientes del EI se
burlan del islam tergiversando sus auténticos valores humanísticos.
Me gustaría dirigirme a los líderes espirituales
musulmanes: ahora es muy necesaria su autoridad y su palabra de preceptor. Hace
falta proteger de pasos irreflexivos a los que los yihadistas intentan alistar,
y a los que fueron engañados y a raíz de diferentes circunstancias se vieron en
las filas terroristas, hay que ayudarles a encontrar un camino hacia la vida
normal, a entregar las armas, a poner fin a una guerra fratricida.
En los próximos días Rusia, como
presidenta del Consejo de Seguridad, convocará una reunión ministerial para
llevar a cabo un análisis completo de las amenazas en Oriente Próximo. Antes
que nada proponemos discutir la posibilidad de aprobar la resolución sobre la
coordinación de las acciones de todas las fuerzas que están haciendo frente al
Estado Islámico y otras organizaciones terroristas. Repito, tal coordinación
debe basarse en los principios previstos en la Carta de la ONU.
Confiamos en que la comunidad internacional
consiga elaborar una estrategia global para la estabilización política y la
recuperación social y económica de Oriente Próximo. Entonces, estimados amigos,
no habrá que construir campamentos de refugiados. El flujo de personas
obligadas a abandonar su tierra natal prácticamente inundó primero los países
vecinos, y luego Europa. Ya son centenares de miles y podrán ser millones. Es,
de hecho, una nueva gran migración, penosa, de los pueblos y una amarga lección
para todos nosotros, también para Europa.
Me gustaría subrayar: los refugiados, sin duda,
necesitan compasión y apoyo. Pero la única vía para solucionar esencialmente
este problema es restituyendo el poder estatal donde fue destruido, reforzando
las instituciones del Estado donde aún persisten o se están restableciendo,
brindando la amplia ayuda (militar, económica, financiera) a países que se
vieron en la situación difícil y, por supuesto, a las personas que, a pesar de
todas las calamidades, no abandonan sus hogares.
Está claro que la ayuda a los Estados soberanos
no podrá ni deberá ser impuesta sino ofrecida estrictamente de acuerdo con la
Carta de la ONU. Todo lo que se está haciendo y se seguirá haciendo en este
ámbito de conformidad con las normas del derecho internacional tendrá que
recibir apoyo por parte de nuestra organización, mientras que todo lo que contradiga
a la Carta de la ONU deberá ser rechazado.
En primer lugar, considero sumamente importante
ayudar a restablecer las instituciones estatales en Libia, apoyar al nuevo
gobierno de Irak, brindar amplia ayuda al gobierno legítimo de Siria.
Estimados colegas, el principal objetivo de la
comunidad internacional encabezada por la ONU sigue siendo salvaguardar la paz
y la estabilidad regional y global. Creemos que debe tratarse de la creación de
un espacio de seguridad igual e indivisible para todos, no para los selectos.
Sí, es una ardua y larga labor, pero no hay alternativa.
Sin embargo, el pensamiento de bloques de los
tiempos de la Guerra Fría y el deseo de hacerse con nuevos espacios
geopolíticos sigue predominando, desgraciadamente, entre algunos de nuestros
colegas. En particular, continúa la expansión de la OTAN. Surge la pregunta:
¿para qué, si el Pacto de Varsovia dejó de existir y la Unión Soviética se
desintegró? La OTAN, en cambio, no sólo persiste, sino que se expande, al igual
que sus infraestructuras militares.
¿Para qué ofrecieron a los países de la antigua
URSS una alternativa falsa, elegir entre Occidente y Oriente? Tarde o temprano
esta lógica de confrontación tenía que provocar una seria crisis geopolítica.
Esto fue lo que sucedió en Ucrania, donde el descontento de la gran parte de
población con el gobierno existente fue usado para provocar un golpe de Estado
armado. A raíz de ello estalló la guerra civil.
Estamos convencidos de que poner fin al
derramamiento de sangre y encontrar la salida del círculo vicioso sólo se puede
lograr cumpliendo estrictamente y de buena voluntad los Acuerdos de Minsk del
12 de febrero del corriente. No se podrá garantizar la integridad de Ucrania
con las amenazas y el uso de la fuerza. Entretanto, urge hacerlo. Hacerlo
asegurando la protección de los intereses y los derechos de la población de
Donbás, el respeto a su elección y el acuerdo con respecto a los principales
elementos de la estructura política del Estado, tal y como está previsto en los
Acuerdos de Minsk. Esta es la garantía de que Ucrania se desenvuelva como un
Estado civilizado, como un eslabón clave en la construcción de un espacio común
de seguridad y cooperación económica en Europa y en Eurasia.
Señoras y señores, no por casualidad acabo de
mencionar el espacio común de cooperación económica. Hace muy poco parecía que
en la economía regida por las objetivas leyes de mercado aprenderíamos a
prescindir de las líneas divisorias, actuando sobre una base de reglas
transparentes y elaboradas en consenso, entre ellas los principios de la OMC,
que prevén la libertad de comercio, de inversiones, la competencia abierta.
Pero hoy se ha generalizado la aplicación de las sanciones unilaterales en
contra de la Carta de la ONU. No sólo persiguen fines políticos, sino que
también sirven para eliminar competencia en el mercado.
Me gustaría señalar otro síntoma del creciente
egoísmo económico. Algunos países optan por crear asociaciones económicas
exclusivas, incluso las negociaciones sobre la creación de las mismas se llevan
a cabo sin que lo conozca bien el propio pueblo, los círculos empresariales, la
opinión pública y de otros países. Los Estados cuyos intereses pueden verse
afectados tampoco son informados. Probablemente nos quieren poner ante el hecho
de que las reglas de juego han vuelto a cambiar a favor de un estrecho círculo
de los selectos, y sin la participación de la OMC. Esto amenaza con
desequilibrar el sistema comercial, con fraccionar el espacio económico global.
Los problemas mencionados afectan los intereses
de todos los Estados, influyen en el futuro de toda la economía mundial, por lo
tanto proponemos discutirlos en la ONU, la OMC y el Grupo de los Veinte. Frente
a la política de exclusividad Rusia propone una armonización de los proyectos
económicos regionales, la denominada integración de las integraciones basada en
los principios transparentes del comercio internacional. Pondré como ejemplo
nuestros planes de compaginar la Unión Económica Euroasiática con la iniciativa
china de crear el Cinturón Económico de la Ruta de la Seda. Y vemos vastos
horizontes en la armonización de los procesos integracionistas de la Unión
Económica Euroasiática y la Unión Europea.
Señoras y señores, entre los problemas que
afectan al futuro de toda la humanidad está el reto del cambio climático
global. Estamos interesados en que la Conferencia de la ONU sobre el Cambio
Climático, que se celebrará en diciembre en París, sea fructífera. Dentro de
nuestra aportación nacional planeamos reducir la emisión de gases con efecto
invernadero hasta entre 70% y 75% del nivel de 1990.
Pero propongo enfocar el problema desde una
perspectiva más amplia. Sí, estableciendo cuotas de emisiones contaminantes y
aplicando otras medidas de carácter táctico tal vez reduzcamos la gravedad del
problema para cierto tiempo, pero, sin duda, no lo resolveremos en esencia.
Necesitamos enfoques de otra naturaleza. Debería tratarse de la implementación
de nuevas tecnologías sostenibles que no causen daño al medio ambiente sino que
coexistan con él en armonía y que permitan recuperar el equilibrio, roto por el
hombre, entre la biosfera y tecnosfera. Esto es realmente un reto a escala
planetaria. Estoy convencido de que la humanidad tiene el potencial intelectual
para responder al mismo.
Tenemos que aunar esfuerzos, sobre todo, los
Estados que contamos con una desarrollada base de investigación y tradición de
ciencias fundamentales. Proponemos convocar, bajo la égida de la ONU, un foro
especial para analizar el conjunto de problemas relacionados con el agotamiento
de los recursos naturales, la destrucción del hábitat y el cambio climático.
Rusia está dispuesta a ser uno de los organizadores de este foro.
Estimadas señoras y señores, colegas, el 10 de
enero de 1946, en Londres, arrancaba el primer período de sesiones de la
Asamblea General de la ONU. Al inaugurarlo, el presidente de la Comisión
Preparatoria, el diplomático colombiano Zuleta Angel, formuló muy bien, en mi
opinión, los principios en los que se tiene que basar la ONU. Es la buena
voluntad, el desprecio a las intrigas y artimañas, el espíritu de cooperación.
Hoy estas palabras suenan como un mensaje para
todos nosotros. Rusia tiene fe en el gran potencial de la ONU, que deberá
ayudar a evitar una nueva confrontación global y pasar a la estrategia de
cooperación. Junto a otros países, trabajaremos para fortalecer el papel
central y coordinador de la ONU.
Estoy convencido de que, actuando juntos,
haremos un mundo estable y seguro, garantizaremos las posibilidades de
desarrollo para todos los Estados y naciones.
Les
agradezco su atención.
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