Cuando el Canciller junto a los tres engalanados soldaditos cubanos comenzaron a izarla, ella parecía una flor en su capullo. No se desplegaba. Lo hizo poco a poco, cuando fue tomando altura, primero tímidamente y luego con fuerza, como si se peleara con el viento, regalándonos una fiesta de colores en el fondo azul del cielo de Washington
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